El Cristianismo y la Escolástica.

He aquí un tema que no hace mucho tiempo hubiera sido considerado de corte académico, en nada polémico, o polémico sólo dentro de los matices de una ortodoxia religiosa, es decir, de un grado que no penetra en el oyente o en el lector no iniciado.

Hoy, en cambio, nos hallamos frente a un tema difícil y vidrioso, origen y ámbito de los más enconados enfrentamientos intelectuales de nuestros días.

Para hablar del origen y filosofía de la Iglesia Católica, primero hay que ahondar en la interpretación de “La Escolástica”. La escolástica fue la corriente teológico-filosófica predominante del pensamiento medieval, tras la Patrística de la Antigüedad tardía, y se basó en la coordinación entre fe y razón, que en cualquier caso siempre suponía una clara subordinación de la razón a la fe.

Su formación fue, sin embargo, heterogénea, ya que acogió en su seno corrientes filosóficas no solo grecolatinas, sino también árabes y judaicas.

Esto incentivó en este movimiento una fundamental preocupación por consolidar grandes sistemas sin contradicción interna que asimilasen toda la tradición filosófica clásica. Por otra parte, se ha señalado en la escolástica una excesiva dependencia del argumento de autoridad y un descuido de las ciencias y el empirismo.

Pero la Escolástica también es un método de trabajo intelectual: todo pensamiento debía someterse al principio de autoridad, y la enseñanza podía limitarse en principio a la reiteración de los textos clásicos, y sobre todo de la Biblia (principal fuente de conocimiento).

A pesar de ello, la escolástica incentivó el razonamiento y la especulación, pues suponía adaptarse a un riguroso sistema lógico y un estructurado esquema del discurso que debía ser capaz de exponerse a refutaciones y preparar defensas. Ideológicamente la escolástica evolucionó en tres fases, a partir de la inicial identificación entre razón y fe, ya que para los religiosos el mismo Dios es la fuente de ambos tipos de conocimiento y la verdad es uno de sus principales atributos, de forma que Dios no podía contradecirse en estos dos caminos a la verdad y, en última instancia, si había algún conflicto, la fe debía prevalecer siempre sobre la razón, así como la teología sobre la filosofía.

Etapa 1: Prescolástica Se denomina «primera escolástica» o «escolástica temprana» la que tuvo lugar durante los siglos IX y XII, periodo caracterizado por las grandes cruzadas, el resurgimiento de las ciudades y por un centralismo del poder papal que desembocó en una lucha por las investiduras. La renovación del aprendizaje en Occidente se produjo con el renacimiento carolingio de la Alta Edad Media con la fundación de nuevas escuelas. Estuvo marcado con un pensamiento agustiniano y la penetración del pensamiento aristotélico.

Etapa 2: Alta escolástica La «Alta escolástica» o «la edad de oro de la escolástica» estuvo marcada por un renacimiento de la antigua filosofía clásica mediante la reinterpretación del pensamiento aristotélico y sus variantes islámicas de tal manera que quedaba conciliado con los dogmas cristianos.

En la orden dominica predominaba el pensamiento tomista, mientras que en la franciscana aún predominaba el agustinianismo.

Etapa 3: Periodo de decadencia La «Baja escolástica» se denomina a la fase final de la escolástica entre los siglos XIV y XV. El pensamiento escolástico giró hacia un misticismo y por otro lado al estudio de las ciencias naturales. Surgieron corrientes nuevas como el nominalismo que rompía la armonía entre la fe y la razón anterior.

Todavía, sin embargo, tendrá el escolasticismo una renovación de carácter renacentista la que se llamará Segundo Escolasticismo y que surgirá en los siglos XV y XVI con España como centro principal, y la cual estará particularmente asociada a las órdenes dominicana y jesuítica.

En el siglo XIX se produce un resurgimiento de la escolástica denominado «neoescolástica» y en el siglo XX surgirá un «neotomismo», cuyas figuras más representativas contribuyeron a difundir el Tomismo en la cultura laica.

El balance del tomismo en el siglo XX es muy positivo. En este siglo merece destacarse la labor que han realizado los dominicos españoles que en la actualidad continúan enseñando la filosofía de Santo Tomás. Ahora, regresando al análisis del origen y filosofía de la Iglesia Católica, consideremos lo siguiente:

1. Pervivencia de la tradición escolástica. Durante toda la Edad Media y hasta el Renacimiento y la Reforma, la filosofía en Europa (en la Cristiandad) era por entero cristiano-católica.

En estos siglos, particularmente en el XIII, culmina la filosofía cristiana en las grandes síntesis filosófico-teológicas del Tomismo y del Franciscanismo.

Es a partir del Renacimiento cuando aparece en Europa una filosofía no específicamente cristiana: el Racionalismo en el sentido moderno de la palabra; y es a partir de la Reforma cuando cabe ya hablar de un pensamiento cristiano no católico. Durante los siglos XVI a XVII, la filosofía católica se prolonga con figuras y sistemas que de cerca o de lejos influyen en el Concilio de Trento y en toda la Contrarreforma. Después de esa época, la filosofía católica —llamada Escolástica por razón de su origen medieval— no deja nunca de existir ni de alimentar una tradición de pensamiento sumamente trabado y consecuente.

Sin embargo, durante un largo período —siglos XVIII y XIX-— esta tradición filosófica aparece como soterrada y recluida en medios eclesiásticos aparentemente de escasa influencia sobre lo que podría llamarse la filosofía vigente. 2. Renacer de la filosofía católica en nuestro siglo. A principios del siglo XX esta situación cambia radicalmente de signo. La Escolástica católica —bajo los nombres de Neotomismo o de Neoescolástica— sale de su confinamiento para convertirse, si no en la filosofía dominante de antaño, sí en una de las escuelas más importantes y prestigiosas de la época.

Su rigor, profundidad y enriquecimiento multisecular la constituyen en uno de los cauces más fecundos del pensamiento filosófico contemporáneo. Pueden reconocerse como origen de este resurgimiento de la filosofía católica en nuestro siglo dos factores principales: Es el primero la Encíclica de León XIII Aeterni Patris (1879), que recomienda el Tomismo y el cultivo de la filosofía y la teología según el ejemplo del Doctor Angélico frente a los fideístas, entonces dominantes, y frente a las corrientes del llamado «modernismo».

El fideísmo propendía a negar a la razón todo poder de acceso al absoluto —particularmente al orden religioso— para otorgarlo sólo a la fe. La contundente y valerosa recomendación de León XIII no supuso, naturalmente, una polarización de la filosofía católica hacia el Tomismo, ni mucho menos una afirmación de la veracidad o necesidad de esta filosofía —lo que hubiera sido ajeno por completo al magisterio eclesiástico—, sino un estímulo a los pensadores católicos para enfrentarse según el espíritu tomista con los grandes temas de la teología y la filosofía.

El segundo de esos factores para la renovación de la escolástica católica fue la necesidad universalmente sentida de rigor filosófico ante el marasmo de sistemas criticistas e idealistas de la época, tan faltos de vigor como de arraigo en una tradición fecunda de pensamiento.

3. La filosofía católica. Cantera de renovaciones filosóficas diversas La tradición escolástica, al salir así de su enclaustramiento, se revela, ante todo, como fuente de inspiración de movimientos renovadores del pensar filosófico —especialmente de la metafísica— que van a sacarlo de la postración y del esceptismo positivista en que se veía sumido.

Francisco Brentano, por ejemplo —pensador formado en el aristotelismo escolástico—, exhuma la olvidada doctrina aristotélica de la intencionalidad (o carácter referencial a una realidad exterior) de los fenómenos psíquicos, teoría que opuso al idealismo dominante en la época y que contribuyó en gran medida a restaurar el cultivo de la metafísica.

De él derivan muy directamente la fenomenología de Husserl y aspectos del pensamiento de Heidegger. Max Scheler, por su parte —fuertemente influido por preocupaciones religiosas y filosóficas católicas—, es promotor de la axiologia o teoría de los valores, esencialmente hostil al positivismo antimetafísico del siglo XIX. Lo mismo podría decirse del pensamiento —tan sugestivo en su día— de Bergson, y de corrientes religiosas del existencialismo, fuertemente influidos por la renacida filosofía católica. Se trata en los casos citados de autores, originaria o tendencialmente, católicos que, sobre el elenco temático de la filosofía tradicional, realizan renovaciones diversas del pensamiento moderno, paralelas y a menudo encontradas, pero que contribuyen a sacarlo del impaso positivista o anti metafísico.

4. Nueva presencia del pensamiento católico. Pero aquí nos interesa, más que las inspiraciones laterales, la presencia misma del pensamiento católico tradicional en el presente filosófico a través de las formas diversas de su renovación. Su expansión desde principios del siglo XX bajo los pontificados de León XIII y San Pío X reprimió e hizo abortar planteamientos teológicos y filosóficos de inspiración modernista que, en opinión de algunos, hubieran ofrecido interesantes desarrollos. Los años últimos nos han mostrado, tristemente, el porvenir presumible de tales intentos. Frente a ello, ese resurgimiento alumbró realizaciones llenas de vigor que contribuyeron en alto grado al reverdecimiento de la metafísica en nuestra época. Citemos entre otras el Instituto Filosófico de Lovaina (promovido por. el cardenal Mercier), el Instituto franciscano de Quaracci, el Instituto Católico de París, el Angélico de Roma, la Universidad de Milán, la de Friburgo de Suiza, el Bulletin Thomiste, etc.

5. Diversidad de escuelas. Este amplio movimiento neoescolástico —al igual que la escolástica de todas las épocas— ha contenido dentro de sí diversidad de corrientes o escuelas filosófico-teológicas.

Por más que el movimiento principal y determinante de este renacer fue el Tomismo, de raíz aristotélica, todas las otras escuelas de la antigua escolástica tienen aquí su papel y representación.

Cabe así señalar un agustinismo de tendencia intuicionista y aun pragmatista; un escotismo que cultivan principalmente los franciscanos; el suarecianismo y el molinismo; un Tomismo conciliador con corrientes modernas, y, en fin, el que podríamos llamar Tomismo estricto. Todas estas corrientes, dentro siempre de la ortodoxia católica, se complementan entre sí en la diversidad de sus temas preferentes y en sus tendencias, rivalizan en casos, pero forman entre todas un importantísimo elenco filosófico, valioso en sí y valioso en su influencia sobre el pensamiento contemporáneo, al que ha deparado rigor conceptual y liberado de los prejuicios positivistas e idealistas.

En conclusión, la Filosofía católica ha evolucionado conforme lo ha hecho la cultura y la humanidad, usando para ellos una corriente de pensamiento ortodoxa que en si misma fue objeto de evolución, dejando en la Iglesia Católica los efectos de la adaptación a tales cambios. Si bien, como masones, no somos reconocidos y más bien rechazados por la Iglesia Católica, es justo reconocer el aporte que, el estricto ceñimiento a la filosofía, ha aportado a la cultura y a la historia.

Seria necio no reconocer los aportes positivos a la humanidad de la Iglesia Católica como también sería necio no reconocer los obstáculos que esta representó en un sinnúmero de ocasiones, muy bien reseñadas por la historia.

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