Tres Leyes Espirituales

Es ampliamente conocido por todos que existen reglas que debemos cumplir en diversas áreas de nuestra vida cotidiana: en la escuela, en el trabajo, en el deporte, en la comunidad religiosa, incluso en nuestro propio hogar; desde niños nos inculcan su obligatoriedad y las sanciones por incumplirlas.  Sin embargo, muy pocos saben que también existen leyes espirituales, que rigen nuestra existencia a un nivel que va más allá de lo material, cuyo acatamiento nos trae grandes beneficios y permite que tengamos una vida mejor. Por ello es importante conocer dichas leyes y aplicarlas coherentemente.

Pues bien, la primera ley es: “La persona que llega es la persona correcta”. En efecto, ninguna persona llega a nuestras vidas por mera casualidad, todos aquellos que interactúan con nosotros o forman parte de nuestro entorno están ahí por alguna razón.  Las personas que llegan en diversas etapas de nuestra existencia son las idóneas, aunque en ese momento no nos percatemos de ello. Cuántas veces nos hemos preguntado el por qué conocimos a una determinada persona que nos incomoda o que al final nos hizo daño. Es menester darnos cuenta de que ellos son nuestros maestros, con su presencia aprendemos algo, como por ejemplo ser tolerantes o perdonar.

Por otro lado, también percibimos que llegan a nuestras vidas personas con una gran personalidad, que nos contagian con su entusiasmo y felicidad. Ellos también son nuestros maestros, nos dan pautas o apoyo hacia dónde debemos ir, qué camino tomar y nos inspiran a ser como ellos.  Asimismo, es importante complementarnos con la ley del desapego (explicada por el orador motivacional indio Deepak Chopra), en virtud de la cual no debemos apegarnos demasiado a cosas materiales y personas, debemos soltar o dejarlas ir en el momento adecuado, para poder vivir con estabilidad emocional y ecuanimidad. Y es que, tal como sostiene el psicólogo Jonathan García-Allen: “Afortunadamente, tenemos la capacidad reflexiva de desapegarnos de lo que creíamos cierto e inamovible, de conectar con el entorno y con nosotros mismos y de meditar sobre nuestra realidad”.

A su vez, la segunda ley es: “Lo que sucede es la única cosa que pudo haber sucedido”. Esta ley se refiere a que nada de lo que nos sucede podría haber sido de otra manera, ni siquiera lo más insignificante.  No existen las suposiciones o los “¿qué pasaría si…?”, es decir, lo que sucedió tuvo que haber sido así. Cuántas veces nos hemos preguntado qué hubiera pasado si un determinado acontecimiento hubiera sucedido de otro modo, especialmente cuando acontecen “cosas malas”.

En realidad, no existen como tal “cosas buenas” ni “cosas malas”, simplemente son cosas que debían pasar. Lo hecho, hecho está. Nuestra gran tarea consiste en aceptarlas, ya que ocurren por alguna razón, más aún cuando debemos aprender una lección para salir adelante. Se trata de ver el vaso medio lleno, no verlo medio vacío, con más razón cuando ocurren “eventos desfavorables”. Todo aquello que sucede en nuestra existencia es perfecto, aunque el ego no quiera aceptarlo, pero con la perseverancia sí es posible superar dicha renuencia. En otras palabras, no debemos amargarnos ni arrepentirnos de lo que hicimos, al contrario, corresponde que aceptemos aquello que pasó para no volver a tropezar. Si algo no sale como se esperaba, debemos agradecer por el aprendizaje recibido. No tenemos una máquina del tiempo para viajar al pasado y corregir/evitar aquello que hubiésemos querido que pase de otra manera; gracias a esos tropiezos somos lo que somos ahora. Es ahí cuando cobran sentido frases como “las cosas pasan por algo”, “no hay mal que por bien no venga”. Y es que, algunas veces somos maestros y otras somos alumnos, algunas ocasiones somos los buenos de la historia y otras veces los malos; estamos en permanente aprendizaje.

Por último, la tercera ley es: “En cualquier momento que empiece es el momento correcto”. Hace referencia a que todo inicia en el momento indicado, ni antes ni después; cuando estamos listos para que algo nuevo comience es nuestra vida, es ahí cuando empezará. Si algo todavía no se manifiesta, debemos tener paciencia, todo en la vida son pasos; se trata de tener humildad, todo se da en el momento que debe ser y no cuando asumimos que debe ocurrir; muchas veces la vida nos sorprende en el momento menos esperado. Muchas veces nos cuestionamos el por qué hasta ahora no se da algo que deseamos con fervor, incluso nos acongojamos cuando ponemos de nuestra parte para que se haga realidad y el resultado no es el esperado. También nos preguntamos qué debemos hacer para que se manifieste. En realidad, Dios, el Universo, la Fuente Divina, como lo quieran llamar, es sabio y como tal sabe lo mejor que es para cada uno de nosotros, conoce el momento oportuno para que algo o alguien llegue a nuestras vidas; no debemos desesperarnos, todo comienza en su debido momento.

Se trata de ser agradecidos con lo que ya tenemos, no enfocarnos en aquello que nos falta, es decir, no compararnos con las cosas que otras personas ya tienen o con acontecimientos que ya les han pasado. Y cuando por fin se da el momento anhelado debemos ser el doble de agradecidos. Finalmente, es importante que tomemos consciencia de la importancia de estas leyes espirituales, empezarlas a divulgar a nuestros seres queridos, y especialmente a aplicarlas en nuestro quehacer cotidiano.

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